En el mundo global del siglo XXI, en el que vivimos a un ritmo económico acelerado, bajo la premisa de que el tiempo es dinero, el desarrollo industrial ha sido capaz de dar una respuesta más que efectiva a las necesidades de la construcción. Sin embargo, este desarrollo voraz y vertiginoso de las últimas tecnologías aplicadas al campo de la obra y la arquitectura, ha ido dejando ciertamente a un lado ciertos oficios tradicionales de la construcción, que se van perdiendo paulatinamente, o bien se han transformado de tal forma que resultan prácticamente irreconocibles.
El equilibrio de las últimas tecnologías junto con la experiencia y conocimientos de los grandes maestros de los diferentes oficios, permitirán que la arquitectura sea eficiente a la vez que siga manteniendo la identidad que le da al lenguaje arquitectónico la mano de las personas que trabajan los materiales.
El estudiantado de arquitectura está acostumbrado a reflexionar sobre proyectos, espacios, técnicas constructivas, pero pocas veces reflexiona sobre la importancia de los oficios y de nuestra responsabilidad a la hora de ponerlos en valor. El papel de la profesión de arquitectura no es más que ejercer la dirección de una orquesta, una orquesta compuesta de diferentes músicos sin los cuales la obra no llegaría a buen fin.
Para la última clase del curso de Deontología, han acudido a Cesuga cuatro compañeros de oficio: Pepe Abades, carpintero jubilado, Juan Carracedo, constructor iniciado como albañil, Alba Sánchez, tornera fresadora del metal, y Pedro Abad, arquitecto técnico. Con ellos hemos reflexionado acerca del futuro de los oficios en las obras, de la necesidad de formación en los diferentes campos, y nos han trasladado, mejor de lo que nadie podría hacer, qué es lo que se espera de nosotros como arquitectos al frente de una obra.